domingo, 25 de marzo de 2012

Tabucchi



Ha muerto Antonio Tabucchi (1943-2012), escritor Italiano, no lo he leído aunque en mi imaginario como en el de millones de lectores su novela mas comentada se mantiene en mi cabeza con el titulo, lo que leo de ella y lo que me imagino algún día será mezclado y suplantado con las letras de la novela real de Tabucci: Sostiene Pereira (Anagrama 1994). Hace dos días escuché nombrar "mi territorio" como el lugar por donde transcurro, por donde ando, por donde vamos todos. El de Tabucci puede ser el lugar donde están sus libros, sus territorios, Italia, Portugal, España, acaso el resto del mundo a donde sus novelas llegaron antes que él.

De entre tantas reseñas que saldrán escojo esta publicada en 1999 por Lucia Magi:

Antonio Tabucchi, con la casa a cuestas

El italiano es la patria portátil del escritor, que guarda miles de libros en la vivienda de su infancia en la Toscana


Sostiene Antonio Tabucchi que lleva encima su casa, la puede esconder en el bolsillo de la americana y sacarla cuando más le complace, no necesita buscarla en un lugar preciso del mundo. Sostiene Tabucchi que su patria es portátil, sin peso alguno: es el italiano, el idioma en que piensa, sueña, escribe. Cabe imaginar entonces que el amplio escritorio de madera que domina su apartamento en el norte de la Toscana, con libros, papeles y una tacita de café humeando, sitiado por estanterías repletas hasta el techo, podría encontrarse igual de cómodo en su estudio de Lisboa o asomarse a un elegante bulevar parisino. En la campiña de Pisa, entre mar y colinas de mármol, el escritor italiano conserva la vivienda de su infancia, su "casa-madre". Sin embargo, pasa gran parte del año entre la capital portuguesa y la francesa. "Nací el 24 de septiembre de 1943. Aquella noche los americanos empezaron a bombardear Pisa para liberarla de los nazis. Mi padre, subido en una bici, nos trajo a mi madre y a mí hasta aquí, donde vivían los abuelos". Esta casa es un refugio, entonces como ahora, el lugar donde resucitar recuerdos, un sabor o un libro. Aquí guarda la mayoría de sus volúmenes. "Hay varios millares", dice entornando ojos y brazos: están en cada rincón, sólo la cocina se salva de la pacífica invasión. Estos libros, junto a las fotos de su mujer, hijos y nietos, vigilaban sus espaldas cuando escribió Sostiene Pereira (Anagrama, 1994), la historia del anciano periodista con predilección para las esquelas que le proyectó hacia la fama internacional, le valió un Premio Campiello, un Jean Monnet de la Literatura Europea e inspiró la película de Roberto Faenza con Marcello Mastroianni.

Narrador, ensayista, traductor -sobre todo del amadísimo Fernando Pessoa-, acaba de publicar Il tempo invecchia in fretta (El tiempo envejece deprisa, que Anagrama publicará en España en primavera). Cinco años después del monólogo Tristano muere, Tabucchi vuelve a investigar el límite de la vida. Los personajes, todos bastante mayores, miran hacia atrás, intentan sintonizar los recuerdos sobre algo que dé sentido a su existencia. Viven en nueve intensos cuentos, el formato literario más propio de una prosa que persigue la evanescencia del tiempo, su rebobinarse y romperse. Como ocurre en una vieja casa. Con un guiño pícaro y gentil, el escritor señala la dedicatoria de Rafael Alberti en la primera página de un libro, un retrato de Pessoa colgando de la pared, un esbozo del viñetista Tullio Pericoli, una caja de lata, regalo del hijo, un loro de madera, su fetiche. En cada cosa vigila un recuerdo, sostiene Tabucchi.

sábado, 24 de marzo de 2012

Mapa mental de una despedida

La Ciudad, xilografia, Frans Masereel (1925)

Esta semana pensando como vincular la película o la novela La virgen de los sicarios (1994) con el concepto de nación, llegué a una lectura titulada Narrar/leer/estudiar: La ciudad latinoamericana de Sarah Mujica, profesora de critica literaria de la Universidad Javeriana, donde se hace referencia al artículo del urbanista Kevin Lynch titulado The Visible shape of the shapeless metrópolis (1965), el cual enuncia que la propiedad de la ciudad es de los habitantes y no de los que teorizan sobre ella, o sea arquitectos, urbanistas, diseñadores, etc. Y donde se hace referencia al concepto del Mapa Mental que representa la imagen del espacio urbano que tienen los ciudadanos y que se forma a través de los recorridos y usos que estos hacen de y en la ciudad. Leyendo esto me ponía a pensar en la Medellín de La virgen de los sicarios, una ciudad fragmentada, por supuesto, que solo se nos muestra a través de los recorridos que de ella hace el gramático Fernando Vallejo a su regreso después de 30 años de destierro. Ese recorrido en una ciudad que apenas de despierta después de esa pesadilla que fue Pablo Escobar y que no se acabaría del todo, es un recorrido salpicado de sangre dejando claro que Colombia no tiene posibilidad de redención y que lo mejor es su destrucción, en palabras de Vallejo, por supuesto. Pero lo que me interesa no son los comentarios tremendistas del autor, que a pesar de todo dice que ataca a Colombia porque la ama, y quiere que muera para que deje de sufrir. Para mi es solo un llamado de atención a los poderes que nos gobiernan, en todos los sentidos, y una invitación a querer el territorio donde nacimos. En definitiva una muestra de amor de Vallejo.

Benedict Anderson en su celebre libro Comunidades Imaginadas (1983) nos habla del concepto de la nación a la que pertenecemos de acuerdo a la capacidad de imaginarnos inmersos en una comunidad, donde nos une la lengua, las costumbres y el sentirnos participe de idearios comunes. Entonces pienso en la comunidad a la que pertenecen aquellos sicarios de Vallejo y como dibujan su ciudad y me doy cuenta que pertenecemos a territorios diferentes, con espacios urbanos disimiles que pueden confluir en los momentos oscuros de violencia que cada ciudad posee. Como cuando la violencia confluye en Cali en el espacio urbano de los que queremos, obligándonos a despedidas y ausencias que de forma natural deberían producirse veinte o treinta años después. El escenario puede ser el mismo pero el mapa mental difiere, no es la misma ciudad donde se asesina que la misma ciudad donde se vive, las cuatro paredes donde encuentran un cuerpo muerto no pueden reproducir  y generar la misma abstracción y sentimientos que horas antes producían para la victima, aquella que dibuja su espacio personal, intimo y sagrado donde se siente protegido por los dioses y demonios que ve y conviven en su interior. La imagen que tenemos de una pila de libros leídos y recreados en estas cuatro paredes no será ya la misma una vez la muerte ha entrado y se ha ido con la certeza de la impunidad.

Creo que ya no me interesa en este escrito integrar la película con la nación, ni la ciudad con la comunidad imaginada que cada quien lleva junto con sus sueños y temores; ahora solo me interesa tratar de comprender lo difícil que se ven las despedidas cuando se está a miles de kilómetros de Cali, cuando no se puede estar allí para retener el olor de la ciudad, el movimiento de las hojas o la memoria de nuestro recorrido por las calles y aceras que nos llevan a esa ultima despedida y que nos pertenecerían por siempre de forma irrepetible y exclusiva.

¿Cómo funcionan las ciudades en la vida real? Es el titulo de una entrada del blog de Anatxu Zabalbeascoa titulado Del tirador a la ciudad, donde se hace referencia al trabajo de la activista y teórica del urbanismo Jane Jacobs y su libro Muerte y vida de las grandes ciudades (1973) ó Muerte y vida de las grandes ciudades americanas (?) que viene a ser la defensa de la ciudad no proyectada. Ella escribía sobre la población de las grandes ciudades, conformada esta por una mayor cantidad de personas desconocidas que conocidas, sobre la existencia de mas extraños que habituales, como una reunión social donde termina por aparecer la barbarie y la inseguridad real – no imaginaria – que mantiene a los ciudadanos recorriendo siempre la ciudad que les parece más segura, construyendo un mapa ya no por aventura sino por miedo y precaución. Me pregunto: ¿Y que sucede cuando no solo nuestras aceras, calles, antejardines, postes, porterías, tiendas y escaleras se vuelven inseguras, sino también el espacio donde nos recluimos cada noche para perdernos en nosotros mismos, para convivir y confrontarnos con nuestros secretos? Entonces ya no solo la ciudad de nuestros recorridos se vuelve ajena, sino también casi nuestra propia cama. La seguridad de nuestras ciudades no debería depender de la fuerza policial, sino de sus ciudadanos, conocidos o extraños entre si, como una comunidad imaginada y cohesionada.

Ha muerto alguien en Cali en su propio espacio seguro y tranquilo, por personas que no le eran del todo extrañas, pero Cali se levanta al siguiente día ignorando la violencia que lleva por dentro y que la relaciona con la Medellín de Vallejo, y pareciera que al igual que en la película o en la novela su muerte fuera una muerte mas inserta en las estadistas de un departamento gubernamental, pero aún hay personas que sienten su muerte, que maldicen hasta la ciudad que nos pertenece y que imaginan un ultimo encuentro imposible desde la misma Cali asesina o desde cualquier ciudad donde el nombre de la victima sea nombrado.