miércoles, 27 de abril de 2011

La vida en Biutiful






La última escena de la película está envuelta en blanco, cuando dos personajes que ya han dejado este mundo finalmente se reencuentran: Uxbal (Bardem) y su padre. Un Uxbal demasiado golpeado por su enfermedad pero aún más por la vida misma se encuentra con la figura de su padre muerto joven en México muchos años atrás; esa última escena está envuelta en un blanco que pudiera ser la nieve de los pirineos, los mismos a los que Uxbal decidió no acudir en compañía de su esposa y sus hijos a conocer la nieve. En estos pirineos de la última escena, después de la muerte, finalmente Uxbal empieza a reconocer a su padre, y entonces se crea la sensación que tal vez muchos años después él pueda repetir la escena con su hijo Mateo, pues quizás no ha sido casual que este fuera castigado por su madre y dejado solo en casa en el viaje a los pirineos que finalmente emprenden solas la madre y la hija. Uxbal encuentra a su hijo solo abandonado en la cama así como él fue abandonado en la vida que le toco vivir.
Una vez que Uxbal conoce que a su vida solo le restan dos meses, empieza a ser más tolerante con Mateo, empieza así una relación que se suaviza con la idea de la muerte y la idea de un abandono que ya él vivió en su niñez y que la vida le obligara a repetir con sus propios hijos.
Uxbal corre contra el tiempo y se trata de aferrar a la vida o la idea de una vida menos dura para sus hijos cuando su ausencia sea una realidad. Pero Uxbal no se despide de Mateo, por lo cual la película nos deja con una historia padre-hijo que se repetirá con el tiempo, por lo menos para mí. Este encuentro inexistente entre Uxbal y su hijo es contrastado con el momento de su muerte y la pausada despedida que sostiene con su hija Ana de diez años mientras duermen uno al lado del otro en la misma cama y ella recibe el anillo que alguna vez fue de sus abuelos.
La vida en Biutiful es dura, representando la realidad de un hombre que se despide, en medio de sus remordimientos, sus culpas y su reticencia a aceptar lo inevitable. La vida se extingue, y aunque la música de Gustavo Santaolalla de fondo propone conservar restos de tranquilidad en un mar de desconsolación, las escenas de Iñárritu nos invitan a recordar la fragilidad de la vida, la importancia de cada minuto compartido, la futilidad del dinero cuando se acerca el final (por exceso o por carencia) y la evidencia que a veces parece oculta sobre un mar de pretendida opulencia: que todos tenemos las mismas necesidades y que en el fondo todos nos necesitamos.


martes, 5 de abril de 2011

Niemeyer, Brasilia y la longevidad en el arte




Congreso Nacional de Brasil, Brasilia

El 21 de Abril de 1960, después de tres años y medio de construcción, se inauguró la nueva capital de Brasil, una ciudad alejada de la playa y las garotas de Rio de Janeiro y ubicada al suroeste del estado de Goiás. Para este proyecto, el presidente Juscelino Kubitschek recogió propuestas que venían desde 1716 para trasladar la capital al interior del país. El 23 de Octubre de 1956 se iniciaron las obras de construcción de la ciudad que André Malraux denominó como la capital de la esperanza. Para su diseño y construcción se abrió un concurso que sería otorgado al arquitecto Lucio Costa, quien diseñaría la nueva urbe, dejando a cargo de su ex alumno, Oscar Niemeyer, la responsabilidad del diseño de los edificios públicos y a Roberto Burle Marx el diseño del paisaje.

Pero mí llegada a la historia de Brasilia y a la historia de Niemeyer no se dio por un viaje ni por el estudio formal o informal de la arquitectura, pues aunque no soy arquitecto ni puedo decir que alguna vez pensé en serlo, siempre me he sentido atraído por algunas construcciones con las que aprendí a convivir en mi ciudad y por otras que las políticas ciegas de urbanismo se empeñaron en demoler. Es a través del cine francés de Philippe de Broca y su película de 1964 titulada El Hombre de Rio que llego a Niemeyer y a Brasilia, pues aunque la trama se inicia en París, pronto la acción continua con una bella Agnés (Francoise Dorleac) llevada por la fuerza al Brasil, para ser rescatada por Adrien (Jean Paul Belmondo) recorriendo una ciudad en construcción, en medio de andamios de la que sería la nueva capital del quinto país más grande del mundo.

Niemeyer nace casi con el siglo pasado, 1907, y aún sigue vivo y respirando arquitectura a sus 104 años. Como su profesor Lucio Costa, fue promotor y seguidor de las ideas de Le Corbusier (1887- 1965) en Brasil. Actualmente es considerado uno de los arquitectos más influyentes y uno de los pioneros en el uso de la exploración del hormigón armado. Su primera obra reconocida tal vez es la Iglesia San Francisco de Assis (1943) en Belo Horizonte en el denominado Pampulha Complex. Siguiendo después con el Edificio Copan (1951) en Sao Paulo, el mayor edificio residencial del mundo, con 38 pisos de altura y 1.160 apartamentos distribuidos en la estructura de esta curiosa mole de hormigón en forma “S” que para muchos es el mejor ejemplo de la arquitectura urbana brasilera de los años cincuenta.

Ya para el periodo comprendido entre 1956 y 1960, se dedica a Brasilia, la capital que destronaría a Rio y que  buscaría concentrar los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de un país envuelto por la orientación socialista de Kubitschek. La misma Brasilia que al mismo Niemeyer en su primera visita durante el reconocimiento del terreno le pareció ubicada en el fin del mundo, pues el traslado del cemento viajaba más de dos mil kilómetros por vía aérea en un país que estaba acostumbrado a sus anteriores capitales costeras: Salvador Bahía y Rio de Janeiro. La construcción de la ciudad, en un lapso de tres años le dio al pueblo Brasilero, en palabras de Niemeyer, la idea de que se podía lograr lo que se propusieran. Niemeyer se sintió cómodo con Brasilia pues realizó la arquitectura que más le gustaba, aquella que es libre y se relaciona con las curvas de forma emocional e inteligente. Brasilia ostenta el honor de ser la única ciudad construida durante el siglo XX reconocida por la Unesco (1987) como patrimonio cultural de la humanidad.

El eje central de Brasilia está formado sobre la idea de Lucio Costa de una ciudad en forma de cruz que apunta hacia el noroeste y que terminó en planos convertida en forma de avión, sobre la cual Niemeyer ubicó los edificios gubernamentales en lo que sería la cabina de dicho avión, rodeada de dos avenidas de ocho carriles. 
Entre los pilares que dejó Niemeyer en Brasilia se destacan el edificio del Congreso Nacional con sus torres gemelas, erigidas en medio del domo y del plato invertido; la Catedral Metropolitana de Nuestra Señora Aparecida o Catedral de Brasilia con su estructura hiperboloide construida de hormigón y su techo de vidrio que se alza hacia el cielo, el Palacio del Planalto rodeado del espejo de agua que duplica de forma eterna su imagen y que sirve de sede del Gobierno, El Museo Nacional de la Republica con su estilo minimalista y su forma esférica brotando de la superficie, el Palacio de la Alvorada donde tiene su residencia el presidente y que fue uno de los primeros edificios construidos en la capital con 7.000 mts2 ubicado sobre una península a orillas del lago Paranoá, el cual es un lago artificial con 40 kms2 de extensión, 48 metros de profundidad y cerca de 80 kms de perímetro que fue ideado para abastecer de agua a la ciudad.


Palacio del Planalto, Brasilia

Niemeyer, sigue hoy tan activo como siempre, se define como un hombre sencillo que sigue llegando a su oficina ubicada en Rio a las 9.00 am y que dibuja todos los días, su arquitectura la han definido como tecnología engarzada con naturaleza y en sus palabras Niemeyer deja ver sus convicciones: El verdadero reto para la arquitectura del futuro está planteado por la tecnología y la tecnología nunca ha sido tan generosa con la arquitectura. Pero el arquitecto tiene que ser capaz de reflexionar también sobre otras cosas además de la arquitectura. La política, la filosofía, la literatura, la música, las artes visuales, todas esas disciplinas desempeñan un papel igual de importante que la ingeniería. Los arquitectos deberían querer ser ante todo intelectuales. Quiero seguir construyendo para los seres humanos, para permitirles encontrarse con otros seres humanos. Una arquitectura que organice encuentros humanos, eso es lo que me interesa. Y para eso dibujo todos los días

Por ahora Niemeyer, a sus 104 años, acaba de inaugurar el pasado 28 de marzo el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer ubicado en Avilés, España, a un costado del rio Avilés; y su obra que rebasa los límites de la longevidad me lleva a recordar la de otro creador, la del director portugués Manoel de Oliveira quien a sus 102 años presentó en el festival de Cannes 2010 su película número 42, El extraño caso de Angélica, demostrando que el mundo de las ideas algunas veces no reconoce el paso del tiempo. Oliveira que en sus inicios fue actor en épocas del cine mudo y que se atrevió a filmar la continuación de la inmortal película de Buñuel, Belle de Jour, (Belle Toujours, 2006) piensa como Niemeyer que la muerte es una condición absoluta, pues es la única certeza que se tiene, y que la fuerza que lo mantiene vivo son sus proyectos que nacen y se alimentan cada día y que lo invitan a levantarse cada mañana.


Oscar Niemeyer, 2011


El Extraño caso de Angélica, Manoel de Oliveira, 2010