lunes, 7 de marzo de 2011

Historia de Tokio



     Ella se levantó esa mañana y por un momento pensó en que aún estaba dormida, abrió la ventana de su cuarto y vio toda la ciudad abajo, muy abajo pareciendo despertar. Entonces vio las vallas publicitarias que colgaban en los edificios del frente y no entendió nada. Por un instante se sintió perdida. Hablaba un idioma que no le enseñaron sus padres y que ahora ella enseñaba. Era el sexto día del mes sexto allí y ya sabía que al regresar debía llevarse algo. La vida en hotel no es saludable, o acaso esta en otra parte como en la novela de Kundera. Ahora tenía todo listo para empezar a escribir, tenía el tema y las imágenes, solo le restaba pensar en las caras, el título y en la parte técnica de la filmación. Entonces, sin ser cineasta, empezó a pensar como si hubiera filmado alguna vez en su vida. La ciudad vista desde su habitación podría ser una buena toma para el inicio. Las caras podrían ser las de Valentina y Diego, los mejores y más atractivos estudiantes de su grado tercero, o por lo menos del grado tercero que recordaba hacía veintisiete años atrás. Ella sabía que la historia transcurría en la universidad de Keio, que era a donde había venido a trabajar y donde visualizaba algunas locaciones para la filmación de su historia.


Todas las mañanas tomaba el metro mientras pasaban a su alrededor calles atiborradas de gente, de luces, de preocupación y de afanes; pero de forma contraria veía a sus personajes viviendo en el campus universitario, caminando entre diferentes lenguajes, diferentes espacios y diferentes colores, disfrutando de una lentitud que a ella no le pertenecía. Sentía, sin entender el por qué, que para escribir su historia debía conocer primero la historia del país o por lo menos la historia de la ciudad, conocer algo de sus edificios, de sus calles, de la multitud de gente que iba y venía como peces enfrentados, del Tokio de la noche con sus luces y de la gente de nuevo, que a veces le parecía más bajita que en su país. Eligió así un libro sobre el arquitecto Fumihiko Maki, sin saber que no muy lejos de allí, en el Shonan Fujisawa Campus, había una construcción suya, y cuando le preguntaron el motivo del libro en su maleta, solo pudo argumentar que se debía a la frustración arquitectónica que a pesar de los años se resistía a abandonar.

Esa mañana al abrir la ventana y al ver el libro de Maki entreabierto entre las sabanas, regresó cinco o seis años atrás cuando irse al Japón no estaba cerca de su cabeza. Aquella mañana, cinco o seis años atrás, él se había levantado primero y aunque ella sabía que ya no era la misma persona, había cedido a la tentación de quedarse, de compartir la preparación del Martini que él decía haber leído en los escritos de Buñuel y que había sido el punto de inicio de la relación; y era ese Martini el que aquella noche anterior la había regresado a esa cama luego de permanecer separados por ocho años compartiendo el mismo odio y el mismo olvido disfrazado. Se habían corrido sin hacer el amor, y al levantarse sola, había visto entre las sabanas el libro de Buñuel. Miró por la ventana y vio una ciudad estática. Se sirvió un vaso de agua, se sentó en el espacio del piso donde entraba la luz del día, y mientras él se duchaba, tomó el libro pensando en que todo había sido un error, que él era irreconocible y que ahora ella también lo era. Leyó el título del libro en voz alta Mi último suspiro, lo colocó sobre las películas que él veía de forma repetida desde que se conocían, se vistió rápido antes de que él saliera, escribió una nota y se marchó. Fue la última vez que se vieron.

Ahora, en Tokio, este recuerdo que llegaba de forma fulminante, le animaba a escribir la historia de Valentina y Diego, a escribir los diálogos y a dibujar con sus capacidades limitadas los encuadres de cada escena. En esto pensaba al subir por las escaleras de la biblioteca cuando vio entre los estantes de libros por organizar el mismo libro de Buñuel, lo tomó como si fuera una joya y se olvidó por completo de lo que tenía para hacer ese día. Empezó a leer sin pensar en la excusa que debería decir al siguiente día, leyó la parte de la preparación del Martini que la llevaba al Martini de cinco o seis años atrás, o al Martini del inicio, y decidió que Valentina debía abandonar a Diego huyendo de su cuarto al dejarle una nota. Valentina recibiría una llamada de él antes de su partida a Tokio, y aunque hubiera deseado quedarse, ambos terminarían reconociendo en silencio el estar ya perdidos, como si manejaran diferentes idiomas en una ciudad desconocida. Se despiden sin lágrimas, sin despedirse, como si ninguno entendiera que no se van a volver a ver más. Valentina camina de forma lenta sin mirar atrás, arrastrando su maleta por el pasillo de vuelos internacionales. La cámara enfoca entonces la pista con los aviones que se combinan al llegar y al irse. Entonces ella cierra el libro de Buñuel, para estudiar más sobre Tokio, sobre Maki, dándose cuenta al instante que la historia que tiene por contar nunca llegaría a Tokio, se quedaría en el aeropuerto con la escena de la despedida, entonces piensa en el título, recorre el regreso al hotel en medio de la desesperación por acabar de entender que la historia que tenía para ser filmada ya no puede suceder allí y que debería transcurrir en Cali; entonces prepara su regreso, cuidándose de tomar fotos sobre la ciudad, de filmar las calles que serán el destino de Valentina, de escoger un nombre o de robarse un nombre para su historia, un nombre que signifique el destino de una relación, de una ciudad donde esta nunca tuvo lugar, como si de esta forma se anulara la historia, y escoge así un nombre ya utilizado. Cierra las ventanas del cuarto, se despide de la ciudad aérea que tiene a sus pies, arrastra su maleta para ir a pagar la cuenta y tomar el carro que la lleve al aeropuerto, y mientras recorre la ciudad, mientras ve la gente que camina de prisa de lado a lado, anota en su libreta el nombre para no olvidarlo: Historia de Tokio. 

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