Ella se
levantó esa mañana y por un momento pensó en que aún estaba dormida, abrió la
ventana de su cuarto y vio toda la ciudad abajo, muy abajo pareciendo
despertar. Entonces vio las vallas publicitarias que colgaban en los edificios
del frente y no entendió nada. Por un instante se sintió perdida. Hablaba un
idioma que no le enseñaron sus padres y que ahora ella enseñaba. Era el sexto
día del mes sexto allí y ya sabía que al regresar debía llevarse algo. La vida
en hotel no es saludable, o acaso esta en otra parte como en la novela de
Kundera. Ahora tenía todo listo para empezar a escribir, tenía el tema y las
imágenes, solo le restaba pensar en las caras, el título y en la parte técnica
de la filmación. Entonces, sin ser cineasta, empezó a pensar como si hubiera
filmado alguna vez en su vida. La ciudad vista desde su habitación podría ser
una buena toma para el inicio. Las caras podrían ser las de Valentina y Diego,
los mejores y más atractivos estudiantes de su grado tercero, o por lo menos
del grado tercero que recordaba hacía veintisiete años atrás. Ella sabía que la
historia transcurría en la universidad de Keio, que era a donde había venido a
trabajar y donde visualizaba algunas locaciones para la filmación de su
historia.
Todas las
mañanas tomaba el metro mientras pasaban a su alrededor calles atiborradas de
gente, de luces, de preocupación y de afanes; pero de forma contraria veía a
sus personajes viviendo en el campus universitario, caminando entre diferentes lenguajes,
diferentes espacios y diferentes colores, disfrutando de una lentitud que a
ella no le pertenecía. Sentía, sin entender el por qué, que para escribir su
historia debía conocer primero la historia del país o por lo menos la historia
de la ciudad, conocer algo de sus edificios, de sus calles, de la multitud de
gente que iba y venía como peces enfrentados, del Tokio de la noche con sus
luces y de la gente de nuevo, que a veces le parecía más bajita que en su país.
Eligió así un libro sobre el arquitecto Fumihiko Maki, sin saber que no muy
lejos de allí, en el Shonan Fujisawa Campus, había una construcción suya, y
cuando le preguntaron el motivo del libro en su maleta, solo pudo argumentar que
se debía a la frustración arquitectónica que a pesar de los años se resistía a
abandonar.
Esa mañana al
abrir la ventana y al ver el libro de Maki entreabierto entre las sabanas,
regresó cinco o seis años atrás cuando irse al Japón no estaba cerca de su
cabeza. Aquella mañana, cinco o seis años atrás, él se había levantado primero
y aunque ella sabía que ya no era la misma persona, había cedido a la tentación
de quedarse, de compartir la preparación del Martini que él decía haber leído
en los escritos de Buñuel y que había sido el punto de inicio de la relación; y
era ese Martini el que aquella noche anterior la había regresado a esa cama
luego de permanecer separados por ocho años compartiendo el mismo odio y el
mismo olvido disfrazado. Se habían corrido sin hacer el amor, y al levantarse
sola, había visto entre las sabanas el libro de Buñuel. Miró por la ventana y
vio una ciudad estática. Se sirvió un vaso de agua, se sentó en el espacio del
piso donde entraba la luz del día, y mientras él se duchaba, tomó el libro
pensando en que todo había sido un error, que él era irreconocible y que ahora
ella también lo era. Leyó el título del libro en voz alta Mi último suspiro, lo colocó sobre las películas que él veía de
forma repetida desde que se conocían, se vistió rápido antes de que él saliera,
escribió una nota y se marchó. Fue la última vez que se vieron.
Ahora, en
Tokio, este recuerdo que llegaba de forma fulminante, le animaba a escribir la
historia de Valentina y Diego, a escribir los diálogos y a dibujar con sus capacidades
limitadas los encuadres de cada escena. En esto pensaba al subir por las
escaleras de la biblioteca cuando vio entre los estantes de libros por
organizar el mismo libro de Buñuel, lo tomó como si fuera una joya y se olvidó
por completo de lo que tenía para hacer ese día. Empezó a leer sin pensar en la
excusa que debería decir al siguiente día, leyó la parte de la preparación del
Martini que la llevaba al Martini de cinco o seis años atrás, o al Martini del
inicio, y decidió que Valentina debía abandonar a Diego huyendo de su cuarto al
dejarle una nota. Valentina recibiría una llamada de él antes de su partida a
Tokio, y aunque hubiera deseado quedarse, ambos terminarían reconociendo en
silencio el estar ya perdidos, como si manejaran diferentes idiomas en una
ciudad desconocida. Se despiden sin lágrimas, sin despedirse, como si ninguno
entendiera que no se van a volver a ver más. Valentina camina de forma lenta sin
mirar atrás, arrastrando su maleta por el pasillo de vuelos internacionales. La
cámara enfoca entonces la pista con los aviones que se combinan al llegar y al
irse. Entonces ella cierra el libro de Buñuel, para estudiar más sobre Tokio,
sobre Maki, dándose cuenta al instante que la historia que tiene por contar
nunca llegaría a Tokio, se quedaría en el aeropuerto con la escena de la
despedida, entonces piensa en el título, recorre el regreso al hotel en medio
de la desesperación por acabar de entender que la historia que tenía para ser
filmada ya no puede suceder allí y que debería transcurrir en Cali; entonces
prepara su regreso, cuidándose de tomar fotos sobre la ciudad, de filmar las
calles que serán el destino de Valentina, de escoger un nombre o de robarse un
nombre para su historia, un nombre que signifique el destino de una relación, de
una ciudad donde esta nunca tuvo lugar, como si de esta forma se anulara la
historia, y escoge así un nombre ya utilizado. Cierra las ventanas del cuarto,
se despide de la ciudad aérea que tiene a sus pies, arrastra su maleta para ir
a pagar la cuenta y tomar el carro que la lleve al aeropuerto, y mientras
recorre la ciudad, mientras ve la gente que camina de prisa de lado a lado,
anota en su libreta el nombre para no olvidarlo: Historia de Tokio.
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