miércoles, 30 de marzo de 2011

Segunda mirada a Jean Seberg

Jean Seberg


Después del tiempo y de los años (que no siempre son los mismos) escribe Carlos Fuentes la historia de un escritor que lo deja todo por la misma mujer que en una película de Godard decía: No se si no soy feliz porque no soy libre, o no soy libre porque no soy feliz. El escritor se enamora de ella solo al verla y escribe: Esa sonrisa me encantó. Podía repetirla, me dije a mi mismo, cuantas veces quisiera, durante siglos, sin cansarme nunca. Y así a través de las páginas vamos conociendo la visión personal que Fuentes esconde detrás del personaje de Diana Soren en Diana o  la cazadora solitaria (1994), cambiando todos los nombres al evitar nombrar el de Jean Seberg, viviendo un romance tormentoso que terminaría al poco tiempo con un final que ambos presentían y en el fondo anhelaban. La historia del escritor/Fuentes y Diana/Jean pasaría a la pantalla años después cuando Ricardo Franco en la etapa final de su vida decide filmar la película que quedaría inacabada al momento de su muerte. Lágrimas Negras (1999). Esta representa la vida de Andrés y su encuentro con Isabel, una mujer enigmática y bellamente protegida por su locura, la cual la sitúa en una playa diciéndole a él: estoy tan cansada, ya no puedo más… tú crees que yo podré ser feliz algún día?  De igual forma Andres/Franco como Isabel/Jean saben el final, y los textos de la novela de Fuentes podrían mezclarse con los diálogos de la película de Franco, pues ambos giran alrededor del mismo amor imposible y sin sentido que tuvo como eje común la mujer de la película de Godard que enamoró a  los franceses en los años sesentas, la inolvidable Seberg que como en el poema de Dickinson se preguntaba Soy nadie, quien eres tú? ¿Eres nadie también? Entonces somos dos... mientras corría a la rivera del rio en su natal Marshalltown, lejos de la fama y del destino. La misma que habla con Fuentes y se despide:

-          Me angustia la idea de las parejas que se pierden.
-          No te entiendo.
-         Sí, las parejas que pudieron ser pero que no fueron, les couples qui se ratent, ¿sabes?, que se cruzan como barcos en la noche. Eso me angustia mucho. ¿Te das cuenta de cómo ocurre eso, con qué frecuencia?
-         Todo el tiempo – le dije acariciándole la cabeza reclinada sobre mi pecho – Es lo más normal.
-          Qué felices somos, mi amor, qué afortunados…
-          Désolé, pero somos demasiado normales.
-          Désolé.









viernes, 25 de marzo de 2011

El Paraiso de la Infancia

Liv Tyler/Lucy (Stealing Beauty, 1995)


Recorriendo las cosas que ya ni existen, recuerdo haber visto en el desaparecido teatro /cine Bolívar de la Av. Sexta una película de Bertolucci titulada Belleza Robada (1995). Creo que corría el año 1997 en una época en que solía coleccionar El Magazín Dominical de El Espectador todos los domingos. En el leí un reportaje a Onetti con motivo del lanzamiento de la que sería su última novela Cuando ya no importe (1993) y algunos cuentos inéditos que me iniciaron, tardíamente creo, a su lectura. Dos cosas relacionadas con Bertolucci y con Onetti busqué después durante varios años, y la demora en conseguirlas no se debió a su dificultad, sino a mi situación particular con relación al valor de dichas cosas: la primera fue el cd de la banda sonora de la película de Bertolucci, recuerdo que en Cali fue imposible conseguirla, y debí ir dos veces a Bogotá para disponer del tiempo de ocio y verla en Tower Records a un precio inalcanzable; finalmente la compré años después en Cali cuando ya no pesaba tanto la etiqueta de “Importado”. Creo que aunque es absolutamente irrelevante, me atrevo a decir que mientras escribo esto, suena en mi itunes Glory Box de Portishead, y que de igual forma la combinación de años, estilos y voces hacen de esta banda sonora una de las dos mejores que he escuchado hasta ahora: Hoover, Axiom Funk, John Lee Hooker, Nina Simone, Cocteau Twins, Lori Carson y al final Sam Phillips enmarcan una atmosfera del verano italiano que escoge Bertolucci para encerrar un secreto, un descubrimiento y más que nada un recuerdo; el cual está atravesado por la cara angelical y devoradora de Liv Tyler y su mirada por momentos perdida e inocente. Acaso ella podría ser la Bichi, la Beatriz del cuento Bichicome de Onetti, la niña de cinco o seis años que el narrador conoce y ve crecer durante las visitas a la casa de sus padres, la que se pasea entre las conversaciones de adultos y que sin pedir permiso deja de ser una criatura para convertirse en una mujer de cabellos largos y rubios que juega entre tules violetas; la misma que se funde con la Lucy de Bertolucci para pasar su lengua frente al espejo y verse retratada y deseada y prohibida. Pudiera ser la misma que aparece en Bichicome o en mi segunda búsqueda: la novela de Onetti Cuando ya no importe, la cual finalmente compré en ese año 1997 y que contiene en su formato de diario una entrada del 20 de diciembre así: (Escribo, con toda franqueza, que me es imposible saber o inventar en qué año, a qué altura de la edad de la niña, apareció su cabecita rubia para decorar, oportuna o no, mis soledades nostálgicas enfrentado al río como si me importara. Había crecido mucho pero aún no era señorita.) Liv Tyler/ Lucy en la película, no es rubia, ni es ya una niña, es solo el recuerdo de una niña que recibía cartas de amor de un enamorado inadvertido, la misma que ahora regresa a reencontrarse para verse una vez más en su paraíso perdido y dejarse querer por los amores que alguna vez presintió. Para mi pareciera que todo se junta, Belleza Robada, Bichicome, Cuando ya no importe, la voz de Sam Phillips exigiendo amor… y es cuando juego a creer que las cartas que recibió Lucy las pudo haber escrito un Onetti maduro o derrotado que busca entre sus amores la cara de una niña que lo mire sin el pecado que imponen las batallas perdidas y los años juveniles.


Cuento de Onetti: Bichicome

viernes, 18 de marzo de 2011

De Eduardo Galeano


Hay un libro de Eduardo Galeano que ya estaba cuando tomé conciencia de la biblioteca de mi casa, una que fue moldeando mi padre durante su juventud y que terminó abandonando lentamente, a cuenta gotas, en sus últimos años; allí encontraba libros tan disimiles como Demian de Hesse o una novela editada por Círculo de Lectores de Laurence Sanders titulada El Soñador. El libro de Galeano es Días y Noches de Amor y de Guerra (1978), y el viaje por el que nos lleva Galeano es triste, edificante y esperanzador, un viaje que trasciende las fronteras de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil, con un hilo conductor que esperamos no repetir nunca más: el de las dictaduras en Latinoamérica. 


Del libro de Galeano, dos fragmentos….


INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DEL ARTE
Ceno con Nicole y con Adoum.
Nicole habla de un escultor que ella conoce, hombre de mucho talento y fama. El escultor trabaja en un taller inmenso, rodeado de niños. Todos los niños del barrio son sus amigos.
Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subido a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer.
Entonces los niños partieron, de vacaciones, rumbo a las montañas o el mar.
Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado.
Y uno de los niños, con los ojos muy abiertos, le preguntó:
-Pero... ¿Cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?


PAJAROS PROHIBIDOS
1976, en una cárcel del Uruguay:

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener "ideas ideológicas", recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. la hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
- ¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
- Ssshhhh.
Y en secreto le explica:
- Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

lunes, 14 de marzo de 2011

El Caballo de Costa-Gavras


Sissy Spacek, Badlands (1973)



Es interesante  y curioso el ver como recuerdos que parecían no existir, si es que uno puede creer que un recuerdo puede no existir, llegan, reaparecen o renacen de una forma inexplicable. De eso realmente se trata esto. En mi búsqueda desordenada de películas de la Public London Library, me encontré hace algunos meses con la película de Brian de Palma basada en la primera novela, publicada  o exitosa, no recuerdo, de Stephen King: Carrie (1976). Y confieso que lo que más me llevó a la película no fue de Palma, o King, sino la figura ensangrentada de Sissy Spacek en la caratula de la misma. La película, como todas las basadas en las novelas de King, a excepción de The Shining (1980), parecía una más de terror y situaciones inexplicables y fantasiosas. Ya había visto a Sissy Spacek no hace mucho en la película Badlands (1973) de Terrence Malick, la cual fue basada en la historia real de dos almas perdidas, Charles Starkweather y Caril Ann Fugate, que a finales de los años 50´s inician una carrera de asesinatos prefigurando lo que años después haría Olivier Stone en 1994 con Mickey y Mallory Knox en Asesinos por Naturaleza. Aunque para ser más justos, antes de la película de Stone estarían The Sadist (1963) de James Landis y True Romance (1993) de Tony Scott, ambas basadas en la historia nefasta de Starkweather y Fugate. Pero fue a través de la Spacek que llegué a Costa-Gavras y su película Missing (1982), la cual recrea el caso real del norteamericano Charles Horman asesinado durante el golpe de estado de Pinochet en Chile en 1973; y es aquí donde llega el recuerdo: creo que fue en el año 85 ó 86 cuando cursaba séptimo u octavo de bachillerato cuando entró un alumno nuevo a la clase de nacionalidad Chilena, Pablo Oyanedel, y entonces ahora recuerdo el contarme que venía de un país que estaba pasando por un momento difícil y que sus padres se referían a la película de Costa-Gavras como un ejemplo visual de sus miedos. También recuerdo ahora su historia acerca del caballo blanco galopando entre las balas del ejército de Pinochet, sin saber él, ni yo, el origen de ese caballo. Meses después Pablo Oyanedel no volvió más al colegio, y lo que escuché es que desapareció, así, con esa palabra que nunca entendí del todo y que también pasaba en Colombia: el desaparecer. De Pablo no se volvió a hablar más, parece que nadie dio ni pidió ninguna explicación y así todo esto paso al olvido.
Ahora, después de 25 años, mientras veo la película de Costa-Gavras, aparece Sissy Spacek, buscando refugio en las supuestas calles de Santiago durante el golpe de estado, escuchando tiroteos, mientras un hombre corre y ella tras el enrejado de una casa se duerme y se despierta con un nuevo disparo y mira como un caballo blanco huye de las balas, huye de un jeep de soldados, ella lo mira y mientras el caballo emprende una carrera interminable, Sissy parece regresar al sueño, cansada, como si al cerrar los ojos cerrara sus propios miedos. Es entonces cuando, veinticinco años después, el recuerdo inexistente vuelve a aparecer, con una imagen de un caballo que puede simbolizar el pueblo chileno huyendo de la violencia, que puede ser el mismo caballo que cincuenta y cinco años antes cuelga de un puente en la película October (1927) de Eisenstein, o el caballo del Guernica del que Picasso, cansado de las interpretaciones finalmente dijo: “este toro es un toro, este caballo es un caballo… Para mí, es todo, que el público vea lo que quiera.”


Escena del caballo blanco, Missing (1982) - Costa-Gavras:
Música: Vangelis


lunes, 7 de marzo de 2011

Historia de Tokio



     Ella se levantó esa mañana y por un momento pensó en que aún estaba dormida, abrió la ventana de su cuarto y vio toda la ciudad abajo, muy abajo pareciendo despertar. Entonces vio las vallas publicitarias que colgaban en los edificios del frente y no entendió nada. Por un instante se sintió perdida. Hablaba un idioma que no le enseñaron sus padres y que ahora ella enseñaba. Era el sexto día del mes sexto allí y ya sabía que al regresar debía llevarse algo. La vida en hotel no es saludable, o acaso esta en otra parte como en la novela de Kundera. Ahora tenía todo listo para empezar a escribir, tenía el tema y las imágenes, solo le restaba pensar en las caras, el título y en la parte técnica de la filmación. Entonces, sin ser cineasta, empezó a pensar como si hubiera filmado alguna vez en su vida. La ciudad vista desde su habitación podría ser una buena toma para el inicio. Las caras podrían ser las de Valentina y Diego, los mejores y más atractivos estudiantes de su grado tercero, o por lo menos del grado tercero que recordaba hacía veintisiete años atrás. Ella sabía que la historia transcurría en la universidad de Keio, que era a donde había venido a trabajar y donde visualizaba algunas locaciones para la filmación de su historia.


Todas las mañanas tomaba el metro mientras pasaban a su alrededor calles atiborradas de gente, de luces, de preocupación y de afanes; pero de forma contraria veía a sus personajes viviendo en el campus universitario, caminando entre diferentes lenguajes, diferentes espacios y diferentes colores, disfrutando de una lentitud que a ella no le pertenecía. Sentía, sin entender el por qué, que para escribir su historia debía conocer primero la historia del país o por lo menos la historia de la ciudad, conocer algo de sus edificios, de sus calles, de la multitud de gente que iba y venía como peces enfrentados, del Tokio de la noche con sus luces y de la gente de nuevo, que a veces le parecía más bajita que en su país. Eligió así un libro sobre el arquitecto Fumihiko Maki, sin saber que no muy lejos de allí, en el Shonan Fujisawa Campus, había una construcción suya, y cuando le preguntaron el motivo del libro en su maleta, solo pudo argumentar que se debía a la frustración arquitectónica que a pesar de los años se resistía a abandonar.

Esa mañana al abrir la ventana y al ver el libro de Maki entreabierto entre las sabanas, regresó cinco o seis años atrás cuando irse al Japón no estaba cerca de su cabeza. Aquella mañana, cinco o seis años atrás, él se había levantado primero y aunque ella sabía que ya no era la misma persona, había cedido a la tentación de quedarse, de compartir la preparación del Martini que él decía haber leído en los escritos de Buñuel y que había sido el punto de inicio de la relación; y era ese Martini el que aquella noche anterior la había regresado a esa cama luego de permanecer separados por ocho años compartiendo el mismo odio y el mismo olvido disfrazado. Se habían corrido sin hacer el amor, y al levantarse sola, había visto entre las sabanas el libro de Buñuel. Miró por la ventana y vio una ciudad estática. Se sirvió un vaso de agua, se sentó en el espacio del piso donde entraba la luz del día, y mientras él se duchaba, tomó el libro pensando en que todo había sido un error, que él era irreconocible y que ahora ella también lo era. Leyó el título del libro en voz alta Mi último suspiro, lo colocó sobre las películas que él veía de forma repetida desde que se conocían, se vistió rápido antes de que él saliera, escribió una nota y se marchó. Fue la última vez que se vieron.

Ahora, en Tokio, este recuerdo que llegaba de forma fulminante, le animaba a escribir la historia de Valentina y Diego, a escribir los diálogos y a dibujar con sus capacidades limitadas los encuadres de cada escena. En esto pensaba al subir por las escaleras de la biblioteca cuando vio entre los estantes de libros por organizar el mismo libro de Buñuel, lo tomó como si fuera una joya y se olvidó por completo de lo que tenía para hacer ese día. Empezó a leer sin pensar en la excusa que debería decir al siguiente día, leyó la parte de la preparación del Martini que la llevaba al Martini de cinco o seis años atrás, o al Martini del inicio, y decidió que Valentina debía abandonar a Diego huyendo de su cuarto al dejarle una nota. Valentina recibiría una llamada de él antes de su partida a Tokio, y aunque hubiera deseado quedarse, ambos terminarían reconociendo en silencio el estar ya perdidos, como si manejaran diferentes idiomas en una ciudad desconocida. Se despiden sin lágrimas, sin despedirse, como si ninguno entendiera que no se van a volver a ver más. Valentina camina de forma lenta sin mirar atrás, arrastrando su maleta por el pasillo de vuelos internacionales. La cámara enfoca entonces la pista con los aviones que se combinan al llegar y al irse. Entonces ella cierra el libro de Buñuel, para estudiar más sobre Tokio, sobre Maki, dándose cuenta al instante que la historia que tiene por contar nunca llegaría a Tokio, se quedaría en el aeropuerto con la escena de la despedida, entonces piensa en el título, recorre el regreso al hotel en medio de la desesperación por acabar de entender que la historia que tenía para ser filmada ya no puede suceder allí y que debería transcurrir en Cali; entonces prepara su regreso, cuidándose de tomar fotos sobre la ciudad, de filmar las calles que serán el destino de Valentina, de escoger un nombre o de robarse un nombre para su historia, un nombre que signifique el destino de una relación, de una ciudad donde esta nunca tuvo lugar, como si de esta forma se anulara la historia, y escoge así un nombre ya utilizado. Cierra las ventanas del cuarto, se despide de la ciudad aérea que tiene a sus pies, arrastra su maleta para ir a pagar la cuenta y tomar el carro que la lleve al aeropuerto, y mientras recorre la ciudad, mientras ve la gente que camina de prisa de lado a lado, anota en su libreta el nombre para no olvidarlo: Historia de Tokio. 

jueves, 3 de marzo de 2011

La Creatividad en una caja de fósforos


Jean-Luc Godard, Jean Seberg y Jean Paul Belmondo en el rodaje de Breathless (1960).
Camara en mano, una silla de ruedas a manera de dolly, filmada en locaciones reales.


Pensando en escribir sobre creatividad me acorde de una caja de fósforos, pero por razones muy diferentes al vicio de fumar y sus posibles derivaciones; y antes de la caja de fósforos llegan dos casos de creatividad colectiva que enumero a continuación:
1.       La creatividad en la cocina en el caso de Ferran adriá y el restaurante y ahora laboratorio culinario ubicado en Cala Montjoi (Cataluña) y fundado con el nombre  El Bulli-bar por una pareja de esposos alemanes en el año 1962.
2.       La creatividad teatral, y artística en general en el caso de Robert Lepage y su compañía multidisciplinaria llamada Ex-Machina que agrupa actores, escritores, técnicos, cantantes, diseñadores, músicos, programadores, escenógrafos, acróbatas, marionetistas y en cuyo título Lepage puso como condición omitir la palabra teatro. 
En ambos casos está presente la interconexión entre personas especializadas en diferentes campos, tanto en el Bulli como en Ex – Machina se mantiene la búsqueda y la experimentación más allá de sus propias culturas, en el caso de El Bulli probando ingredientes, combinándolos y buscando no solo atrapar nuevos sabores sino nuevas formas visuales para sus recetas, para sus utensilios y hasta para sus platos. En el caso de Lepage sus obras provocan encuentros e interconexiones entre marioneteros y arquitectos, pintores y científicos, programadores y cantantes, todos conectados en la búsqueda de mostrar nuevas sensibilidades a la hora de transmitir un mensaje.

Y pensando en estos grupos creadores y sus obras me llega el nombre de un cortometraje colombiano, que no he visto, titulado La Langosta Azul, el cual está dirigido y escrito por Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) escritor y periodista, Luis Vicens (del que no tengo ninguna información, salvo que era catalán), Enrique Grau (1920-2004) pintor, director, escenógrafo y diseñador de vestuario, y Gabriel García Márquez (1927 - ) escritor y periodista. El corto filmado en 1954 con una duración de 29 minutos cuenta la historia de un agente secreto extranjero que investiga la presencia de radioactividad en unas langostas capturadas en un poblado de pescadores del caribe colombiano; mientras este descansa en su hotel, un gato le roba la langosta azul, entonces él angustiado emprende la búsqueda del crustáceo radioactivo por el pueblo y sus alrededores. En La Langosta Azul actúan Cepeda Samudio, Vicens, Grau y el fotógrafo Nereo Lopez (1920 - ), privándonos de la actuación del premio nobel de literatura, quien años después se sumergiría en el mundo de la creación de guiones cinematográficos y del mundo del cine en general, quizás ayudado por la percepción de Cepeda Samudio, quien le hizo ver que el cine no era una mera cuestión de autores sino ante todo, un asunto de dirección técnica y artística involucrándose así con temas de creación cinematográfica, de producción, de trabajo de actores, detalles técnicos y de búsqueda de audiencia. Y es este tipo de interés exploratorio el que lleva a un creador a interrelacionarse con su entorno espacial y humano para encontrar nuevos caminos y ofrecer medios que se mezclan con el propio.
La Langosta azul es el producto artístico de un trabajo colectivo muy a la colombiana, en el sentido que lo define el escritor y cineasta Heriberto Fiorillo al hablar de este cortometraje: la idea la alimentó Gabo, el que la quería hacer era Álvaro Cepeda Samudio, pero el que sabía cómo hacerla era Luis Vicens. Como diría el propio García Márquez: una mamadera de gallo, o mejor, una mamadera de gallo surrealista.


Ahora dejando el caribe colombiano, se encuentra Roger Vadim (1928-2000) director, guionista y actor francés en los míticos estudios Billancourt dirigiendo su película Relaciones Peligrosas (1959), cuando recibe la visita de un joven de pantalones y chaqueta gastada, el cual usa gafas oscuras mucho antes de que fueran popularizadas por las estrellas de rock, el joven se presenta murmurando su nombre de forma ininteligible y le dice estar preparando una película en la cual habría un papel para su esposa, Annette Vadim. Roger le pregunta por el guión, a lo que el joven le pasa una caja de fósforos donde lo ha escrito y se lo describe: Es la historia de un hooligan, obsesionado con los héroes de las películas americanas. Ella tiene acento y vende el New York Herald Tribune. No es amor, es la ilusión del amor. Termina mal. Bueno, no. Finalmente termina bien. O termina mal. Roger le pregunta si ese es el guión y él contesta que sí, añadiendo que ha filmado documentales y que es un genio. Roger le cuenta la propuesta a su esposa y cuando esta le solicita ver el guión, este le pasa la caja de fósforos. Annette riéndose le dice que no hay caso. Al final Roger le comunica al joven la respuesta de su esposa y este dice que ya se la esperaba. El joven se va y alguien le dice a Roger como se llamaba este: Jean-Luc Godard (1930- ),  la película de la caja de fósforos: Breathless (1960), los actores finales de la misma: Jean Seberg y Jean Paul Belmondo, y el año: 1958 ó 1959, en medio del nacimiento del nouvelle vague del cine francés, y alrededor de todo esto, la creatividad reducida al tamaño de una caja de fósforos.